viernes, 27 de julio de 2007

El breve amor

Bueno, dejo aquí una joyita del MAESTRO, que aseguro completamente que es de su autoría :P, y espero comentarios haber que les parece...


El breve amor

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,

me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en le espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente

para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo

¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?

Julio Cortázar

lunes, 23 de julio de 2007

Borges


Publico aquí un texto de este ser superior, raro, que llevó la literatura como modo de vida al punto de transformar toda palabra escrita en palabra viva. Poseedor de un gran sentido del humor y magico pensamiento. Fue tildado de frío por muchos que no pensaban como el (politicamente yo tampoco) pero creo que es un error grave. Este texto revela una sensibilidad profunda...


No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida,
Ni tengo respuestas para tus dudas o temores
Pero puedo escucharte y compartirlo contigo
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites estaré junto a ti.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetesy no caigas.
Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar,
Pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parta el corazón.
Pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres ni quien deberías ser.
Solamente puedo amarte como eres y ser tu amigo.
En estos días pensé en mis amigos y amigas, entre ellos, apareciste tu.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el segundo el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.

J.L.BORGES

jueves, 19 de julio de 2007

La madre de Ernesto, un clásico de Abelardo Castillo


Podríamos decir que hoy es el mejor, o uno de los mejores escritores argentinos... Admirador de Borges y Poe, desde un primer momento Castillo nos deslumbró con sus cuentos y fundó dos revistas que hicieron historia (El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro). También ha publicado novelas excelentes como "Los iniciados", "El que tiene sed" o "El evangelio según Van Hutten". Este cuento que dejó aquí es uno de sus clásicos y merece la pena ser leído. Para los que ya lo hicieron, vale que hagan algún comentario así juntamos distintas voces sobre lo que genera el relato...


La madre de Ernesto


Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza —porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia— nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, por que no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva.


Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo.


—¡No!


—Sí. Una mujer.


—¿De dónde la trajo?


Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos —porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias—, y luego, en voz baja, preguntó:


—¿Por dónde anda Ernesto?


En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté:


—¿Qué tiene que ver Ernesto?


Julio sacó un cigarrillo. Sonreía.


—¿Saben quién es la mujer que trajo el turco?


Nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años.


—Atorranta, ¿no?


Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos.


—Si no fuera la madre...


No dijo más que eso.


Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente.


—Culpables de qué, che. Al fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos.


Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso.


—Pero es la madre.


—La madre. ¿A qué llamás madre vos?: una chancha también pare chanchitos.


—Y se los come.


—Claro que se los come. ¿Y entonces?


—Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros.


Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo:


—Se acuerdan cómo era.


Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.


—Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros.


Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo —quién sabe— que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros.


—No digas porquerías, querés —me dijo Aníbal.


Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar.


—No se lo deben de haber prestado.


—A lo mejor se echó atrás.


Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia:


—No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy.


—¿Cómo será ahora?


—Quién... ¿la tipa?


Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.


—Esto es una asquerosidad, che.


—Tenés miedo —dije yo.


—Miedo no; otra cosa.


Me encogí de hombros.


—Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser.

No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos.


Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo.


Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó:


—¿Y si nos echa?


Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre.


—Es Julio —dijimos a dúo.


El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos.


—Se la robé a mi viejo.


Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo.


—Fumaba, ¿te acordás?


Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal: lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza.


—¿Cuánto falta?


—Diez minutos.


Y los diez minutos volvieron a ser largos: pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado.


Julio apretó el acelerador.


—Al fin de cuentas, es un castigo —tu voz, Aníbal, no era convincente—: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorranta.


—¡Qué castigo ni castigo!


Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más.


—¿Y si nos hace echar?


—¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela!


A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita:

—Llevalos arriba.


La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo de que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros:

—A ver si nos sacan una muela.


Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja.


—Como en misa —dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó:

—¡Mirá si en una de esas sale el cura de adentro!


Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba dentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco. Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó:

—¿Quién pasa?


Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados —eso: separados— delante de ella. Me encogí de hombros.


—Qué sé yo. Cualquiera.


Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara, la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional: una sonrisa vagamente infame.

—¿Bueno?


Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió “bueno”, y era como una orden: una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido.

—Voy yo —murmuró Julio, y se adelantó, resuelto.


Alcanzó a dar dos pasos. nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto.

Cerrándose el deshabillé lo dijo.

sábado, 14 de julio de 2007

Charla del escritor y periodista Daniel Guebel



Será este miércoles 18 de julio a las 19 hs, con entrada libre y gratuita , en la Casa de la Cultura del fondo Nacional de Artes ubicada en Rufino de Elizalde 2831, ciudad de Buenos Aires. La charla esta en el contexto del ciclo "la ficción y sus hacedores" y que tiene por objeto la conversación con autores de distintos géneros literarios, sobre su vida y su obra, a cargo de la periodista literaria Slivia Hopenhaym.

Importante: No se trata de una entrevista estrictamente literaria realizada acerca de sus libros, dado que estos pueden no haber sido leídos por el público. Es a través del relato de sus vidas que surgirá la obra: los recuerdos de la infancia, la necesidad primera de escribir, los libros de sus bibliotecas familiares, los viajes, las crisis, los descubrimientos, los deseos, las frustraciones, etc.

Breve reseña sobre la obra de Guebel:

Daniel Guebel (1956), escritor y periodista, publicó, entre otros, Arnulfo o los infortunios de un príncipe (novela, 1987), La perla del Emperador (novela, Premio Emecé, 1991), Los elementales (novela, 1992), El ser querido (cuentos, 1992), Matilde (novela, 1994) y El terrorista (1998). Adaptó el Fausto de Goethe, que se estrenó en el Teatro Nacional Cervantes y el Schiller Theater de Berlín. Escribió el guión de la película "Los aventureros de Rosario", basada en un hecho policial de la vida real. Vive en Buenos Aires.

Para cualquier consulta el número telefónico de la Casa de la Cultura es: 48080553.

jueves, 12 de julio de 2007

Aguafuerte Porteña de Roberto Arlt

Roberto Arlt escribió este texto allá por 1933. La vigencia que tiene este texto es absoluta y esta escrito con humor satírico maravilloso…

Aspiro a ser diputado

Señores:
Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a "acomodarme" mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches, sinvergüenzas; no señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden señores.
En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino "evolutivamente". Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas, créanlo... Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado.

Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré al Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio1 al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura... Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un ladrón, y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán que performance tengo. He sido detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de armas -que no tenía- otras tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí2, rematador falluto3, corredor, pequero4, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobre y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito5 que tuve... Señores, si no me creen, vayan al Departamento... verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, absolutamente el único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina. Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamentos en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores...

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GLOSARIO
1. Bodrio: alude seguramente al guiso o comida de los presos.
2. Grupí (o grupín): personaje que, en los remates, ofrece sumas para aumentar el valor de algo, sin las intenciones de comprar sino, en arreglo con otros, para hacer subir el precio.
3. Falluto: falso, falsario.
4. Pequero: estafador (de “peca" = estafa)5. Bolichito: pequeño negocio (puede ser un bar, una pequeña tienda)
5. Bolichito: pequeño negocio (puede ser un bar, una pequeña tienda)



lunes, 2 de julio de 2007

Concurso literario


Para todos aquellos que tengan sus trabajos guardados en el escritorio. Esta puede ser una buena oportunidad de sacarlos y darlos a conocer... Suerte a todos!!!

Primer Concurso Literario "Palabras al viento"

Bases:

1 - EL GRUPO ASBA de difusión de concursos, encuentros y noticias literarias organiza este concurso literario en los rubros POESÍA Y CUENTO.

2 - Podrán participar todos los interesados MAYORES DE 18 AÑOS, DE HABLA HISPANA

3 - Los trabajos deberán ser INDIVIDUALES, ORIGINALES, INÉDITOS Y NO PREMIADOS con anterioridad.

4 - Se podrán presentar hasta DOS (2) obras por autor, en las siguientes categorías:UNA OBRA EN POESÍA (CON SEUDÓNIMO)UNA OBRA EN CUENTO (CON SEUDÓNIMO)Para el rubro POESIA, la métrica es libre y CADA POEMA NO DEBE EXCEDER LOS 30 (TREINTA) VERSOSPara el rubro CUENTO no deberán exceder las TRES CARILLAS.

5 - El tema es libre en ambos rubros.

6 - Los trabajos se presentarán escritos a máquina, en hoja tamaño A4, mecanografiada a interlineado 1,5 y en una sola cara. Letra TIMES ROMAN o similar TAMAÑO 12

7 - Se remitirán TRES (3) copias firmadas CON SEUDÓNIMO.

8 - Se presentará un sobre grande que contenga las tres copias de la obra y un sobre pequeño (plica) cerrado en cuyo frente este escrito el nombre de la obra, el rubro y el seudónimo.Dentro del mismo se consignarán los datos personales del autor:NOMBRE, DIRECCIÓN COMPLETA (localidad, provincia, país, código postal) , DNI O PASAPORTE, EDAD, TELÉFONO, CORREO ELECTRÓNICO y una breve RESEÑA BIOGRÁFICA de no mas de 120 palabras.ROGAMOS TENER ESPECIAL CUIDADO AL COLOCAR LOS DATOS PERSONALES YA QUE SERA EL MEDIO PRINCIPAL DE COMUNICACIÓN CON EL PARTICIPANTE.

9 - Los trabajos se remitirán hasta el 13 de julio de 2007, teniendo como referencia el matasellos de correo.

10 - El jurado estará integrado por conocidas figuras especializadas de nuestra localidad. El mismo podrá declarar desierto uno o mas premios. LOS FALLOS SERÁN INAPELABLES.

11 - Se comunicará el resultado a los ganadores con la debida anticipación para que, de poder concurrir a la premiación, les sea posible planificar su asistencia.

12 - Se garantiza un día de alojamiento en hotel para los primeros premios de ambos rubros. (Primer premio poesía, primer premio cuento)

13 - Se entregarán en ambas categorías:PRIMER PREMIO:$ 200 EN EFECTIVO, PLAQUETA, DIPLOMA Y CD DE LAS OBRAS PREMIADASSEGUNDO PREMIO:PLAQUETA, DIPLOMA Y CD DE LAS OBRAS PREMIADASTERCER PREMIO:PLAQUETA, DIPLOMA Y CD DE LAS OBRAS PREMIADAS

14 - En ambas categorías habrá MENCIONES ESPECIALES

15 - Los trabajos que no hayan sido seleccionados se destruirán y no podrán ser devueltos.

16 - El acto de entrega de premios se realizará el día 30 DE SETIEMBRE DEL 2.007 en lugar a confirmar. Se servirá un vino de honor.

17 - Enviar los trabajos a:Concurso Literario Internacional “Letras Al Viento”Castelli 1218, Dto.Interno(8000) Bahia Blanca, Provincia De Buenos Aires, Argentina

18 – ARANCELES DE PARTICIPACIÓN:Para Argentina y países de Latinoamérica INSCRIPCIÓN: $10 , en GIRO POSTAL o WESTERN UNION a nombre de ANGELICA SONIA BARRENECHEA DNI 14852891, Castelli 1218 Dto Interno (8000) Bahía Blanca o envueltos los $10 en papel carbónico dentro del sobre cerrado aparte de la plica dentro del sobre grande. Para los escritores fuera de estos lugares $ 10 dólares o euros.

19 - La concurrencia al Premio significa la plena aceptación de las presentes bases y para cualquier caso no previsto dentro de las mismas será resuelto según el criterio de los organizadores y miembros del jurado, cuya decisión será inapelable.

Más información: asbaconcurso@yahoo.com.ar

Fecha de cierre: 13-07-2007